viernes, 6 de febrero de 2015

De Regresos.

Volver nunca fue tan emocionante como el día en que había pasado tantos días lejos, lejos de todo, de ese afecto familiar que abriga el alma y alimenta el sueño, de los amigos de siempre que aparecen cada tanto porque el tiempo ha hecho lo suyo otorgando obligaciones y sin embargo siguen unidos como compartiendo un cordón umbilical que no se rompe a pesar de la distancia, lejos de los lugares que adopté o me adoptaron por periodos de tiempo, lejos del paisaje hogareño, de las montañas y las calles pequeñitas que atravesé montones de veces aprendiéndome el camino de memoria… El regreso se llenó de un aire de nostalgia tan inevitable como siempre en mí, tan bello como esas noches de añoranza de estar de nuevo en casa, tan alegre como la sonrisa de mamá, tan cálido como un abrazo eterno de la abuela, tan tierno como la mirada inocente de mi sobrina, tan bello, tan mágico…


Y sin embargo, volver fue darme cuenta que ciertas cosas habían cambiado, que no siempre al regreso hay encuentros, que el regreso también se  carga de ausencias insoportables convertidas en recuerdo. Así fue volver y aunque sigo disfrutando de este tiempo de estadía, una sensación de amargura aparece a ratos trayendo a colación las despedidas que no dí, con la esperanza que no fueran adioses para siempre y que hoy con lo que queda se convierten en suspiros atrapados en el aire.

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