De confesiones.
En el preciso momento en que uno está en la
plena comodidad de no hacer nada, aparece alguien a llenarlo de recuerdos.
Sentada frente a la computadora en un momento
cualquiera, me encuentro con un bonito comentario en una foto colgada en la
página de una red social y esto me genera una emoción que me remite
precisamente a los momentos en que me gustaba leerle la sonrisa y la mirada a
la persona que hace el comentario.
De las tantas veces que uno puede “elegir” yo
elegí ese trabajo, lo que implicaba que por ese hecho inevitablemente iba a
conocerlo o al menos a tener un acercamiento, así fue, estaba escrito! (risas)
Pude
leerlo desde la primera vez en su sonrisa que siempre me pareció bella y en su
afán constante que se notaba en los pasos cortos que apresuraban su salida, o
su entrada, en fin, su caminar... en ese proceso me fui dando cuenta que tuvimos
en el pasado algunas actividades en común, personajes y lugares que ambos
conocimos, de cierto modo compartíamos memorias aunque poco mencionáramos el tema.
Nos acercamos a razón del trabajo, no mucho, lo
suficiente, un acercamiento prudente en el que uno no puede descubrir mucho del
otro, de él porque no dejaba y de mí porque él no quería. Siempre a la
distancia precisa a la que se puede ver su imagen reservada. Y esto me agradaba
mucho más. Conocí su aire de nostalgia y de elocuencia, de comentarios
idealistas en las reuniones laborales, de poesía bohemia, de amor profundo y de
revolución en letras, de desacuerdos y desagrados por la gente, de gustos por
las cosas pequeñitas, de agotamientos a razón de esfuerzos vanos, de
motivaciones musicales, un poquito de todo lo que hacía. Disfrutaba tanto de
esa esencia que era él y que cargaba siempre en su mochila!
Lo conocí a través de las canciones que cantaba
y que escuchaba, por ahí compartimos algunas cantaditas y nos sentamos más de
cerca en esas reuniones que apenas empezaban a hacerse ritualitos de semana, yo
ya había decidido abandonar en busca de otros rumbos. El rumbo que me trajo
aquí, a escribir otras historias y a conocer otros lugares y a recordar con
ternura esas cosas que me hicieron la vida más amable, en el lugar del que
tantas veces quise salir corriendo y luego el viento sopló con suficiente
fuerza para arrastrarme adonde quería.
El queda allí y yo sigo compartiendo algunos de
esos gustos por las letras y la vida, me siento en el escritorio y lo recuerdo
con ternura, su recuerdo me genera una sonrisa y luego a través de un
comentario que me remite a ver una película (Mr. Nobody) me quedo pensando cómo
hubiese sido de atreverme a conocerlo un poco más… No, fue lo justo, en su afán
a veces no se percató de mi existencia y luego en razón de algún elogio
respondió con sobria gratitud: Muchas gracias, muchas gracias!