De Pedaleos.
Tenía unos 7 años cuando aprendí a montar en
bicicleta, en una un poco alta para mi estatura, a la que apenas le rozaba los
pedales y con dificultad alcanzaba los frenos y recuerdo a mi mamá corriendo
tras de mí a unos dos metros de distancia y diciendo: sigue para adelante,
tranquila que aquí estoy! Y casi de inmediato, al piso! al mirar hacia atrás la
veía lejos y mi seguridad se desplomaba al instante, no lograba seguir
pedaleando y mucho menos frenar a tiempo, no podía entender por qué,
encontrándose a esa distancia, me decía que me estaba sosteniendo y que siguiera
sin miedo, lo importante era no dejar de pedalear. Lo hacíamos a menudo y
tuvimos que repetirlo unas 100 veces hasta que aprendí: pedalear-frenar.
Esa mujer me enseñó lo que es la vida en un curso
intensivo de bicicleta: una pista de carreras con tramos empedrados que no se
logran cruzar sin un buen pedaleo y una voz de aliento que nos diga: “Sigue
adelante, aquí estoy.” Y así por lo menos si se ha de caer, ya está amortiguado
el golpe.
Debo admitir que en mi vida he sido lo suficientemente
acelerada para no querer frenar aunque tenga los frenos apretados, después de
todo, no es eso lo mágico de la vida? Recorrer lo necesario, andar y pedalear
aunque choquemos?
Hago una pausa, respiro y pienso: Y si es tiempo de
frenar? Siento que he pedaleado con tanta fuerza que no me he detenido a observar lo que
ha pasado alrededor, el afán me ha llevado a pensar que lo mejor siempre está
más adelante y adelante significa justo donde no me encuentro en el momento, este camino lo he elegido yo, aferrándome a la idea de seguir corriendo y a veces, correr no es la única salida.
La quiero cerca, hoy más que siempre, cuando la tengo a
más de 2 mil km de distancia y me siento débil, sin saber si padalear para dar
vuelta es retroceder en el proceso, todo lo que quiero es valorar el tiempo,
mantener el equilibrio y sin importar hacia adonde quiera dirigirme ella me
siga diciendo: Sigue adelante, tranquila, aquí estoy!